Mucho se escribe sobre las patadas que reciben grandes jugadores en el fútbol moderno. Hay que cuidar a aquéllos que mejor tratan el balón y más espectáculo ofrecen: Messi, Agüero, Cristiano Ronaldo... han sido jugadores "cazados" protagonistas de lo más feo del fútbol: entradas malintencionadas.
Sin embargo nadie habla de proteger al propio deporte rey. Nadie habla del poder de los medios de comunicación a la hora de establecer horarios intempestivos que vacían las gradas en beneficio de unas arcas saturadas de dinero, ni de lo condensado de los calendarios que tratan de compaginar tres competiciones como mínimo al máximo nivel de exigencia, ni someter a esos cuerpos que pretenden proteger de sus compañeros de juego a calendarios de años sin descanso exigiendo en cada carrera, en cada disputa, en cada enfrentamiento que lo luchen como si fuera el último.
Y realmente deberían verlo así. Dejando de lado casos más dolorosos como las pérdidas de futbolistas, demasiado recientes en el fútbol español como para haberlo podido olvidar, los casos de Daniel Jarque o Antonio Puerta siguen conmocionándonos al asistir a los homenajes que espontáneamente saltan por cualquier parte. ¿En qué medida somos responsables los aficionados que permitimos que manipulen nuestra principal pasión?; si nos hemos echado a la calle cuando nuestro equipo era descendido por burocracias administrativas, ¿a qué esperamos para reclamar jornadas de fútbol en 2 días y con cierto descanso para preparar competiciones de selecciones?.
Quizá dentro de poco sea demasiado tarde para salvar a un deporte que cada vez aburre más, apasiona menos y se asemeja a una partida de ajedrez donde nadie aplaude por un jaque mate en 8 movimientos.
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